Conversando con mi psiquiatra. Conversar quizá no sea la palabra, porque mi nivel de irritabilidad roza límites de alarma roja. Se lo veo de hecho al tío hasta en la cara; y eso que para incomodar a mi analista hay que madrugar bastante.
Le hablo de mi generalizada mala hostia.
—¿Y en qué se manifiesta?
+  Bueno. Todo el mundo me parece gilipollas...
—¡Eso no es irritabilidad! ¡Eso es clarividencia!
Alargué la mano , le tendí un cigarrillo y nos partimos el pecho como dos majaras, que al fin y al cabo es lo que somos. 
 
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