Después de haber bailado durante toda la noche, me encontraba tumbada en  tu estómago, admirando el horizonte de tu clavícula. Te erizaba la piel  con mi índice, que corría despacito alrededor de tus pulmones. Llegué  hasta la cima y allí, me enamoré paseando por los vértices de tus codos.  
Dormías de nube en nube y la paz envolvía tus suspiros. La luz de  la mañana asomaba tímida en las persianas y tu cabello oscuro se tornó  dorado. 
Eras toda una bellaza, con los mil poros de la piel  invitándome a dormir en tu pecho y la delgada línea de tu sonrisa  enredada en mis labios mientras tú soñabas y yo vivía.
 
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