miércoles, 13 de febrero de 2013

Corderos con piel de lobo


Siempre ha sido conocida la existencia de lobos con piel de cordero. Pero poco se habla de los corderos con piel de lobo. Esas personas que se cubren con la piel de un animal feroz, siendo ellas un desvalido y asustado corderillo que rara vez sale al exterior.
Tan llenas de cicatrices profundas que aún sangran porque no curaron bien. Esos minúsculos y punzantes cristales que a día de hoy llevan enquistados en los rincones mas ocultos de su alma. Los mismos que al tocarlos hacen que la bestia ataque sin un minúsculo atisbo de compasión.
Tan heridas y desamparadas están esas personas, que cuando acaba el día, al desvestirse y quitarse el disfraz acaban empapando con sangre el lecho sobre el que malamente concilian el sueño.
Las horas pasan lentas sin abrigo, sin cubierta, ni disfraz, sin nadie de quien esconderte, a solas, contigo, esa soledad tan necesaria como dolorosa, tan adorada como temida que te abraza cada noche sin dejarte respirar susurrándote al oído todos tus errores y desventuras y tirando por el suelo todos los sueños que te besan las infecciones los días que las nubes le dejan un hueco a un tímido rayo de sol. 
Soy de esas personas que se esconden bajo el cálido pelaje del lobo. Tan aficionada a los imposibles y a las causas perdidas que siempre he acabado la pelea besando la lona. Tanto dolor te hace cambiar la forma de ver las cosas, andar con pies de plomo y zapatillas negras. Zapatillas negras… yo siempre me las compraba blancas ¿sabéis? Daba igual la marca o el color secundario, pero siempre blancas. Hasta que un buen día te sorprendes mirándote los pies y piensas ¿Qué coño hago con estas zapatillas negras? Bien, querida, en algún momento tu cabecita escogió esas entre todos los demás modelos que había en la tienda. ¿Por qué? Quizá porque has escogido el color de la resignación, has apartado de ti todos los imposibles que tanto amaste y ahora intentas hacer lo que se supone que es lógico.
He tardado demasiado en darme cuenta, parecían cómodas. Pero me he prometido a mí misma no dejar que el color negro de esas zapatillas mate la esencia de todo lo que mis viejas zapatillas blancas me enseñaron. 
Seguiré creyendo en imposibles, porque esa soy yo, no trataré de negarlo más. Si algún día tengo que volver a besar la lona, me chuparé la sangre del labio, curaré los golpes y saldré a la calle otra vez, con mis zapatillas blancas y mi piel de lobo. 
- Laura G. 

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